miércoles, 6 de febrero de 2013

Tres años de los Conjurados. Sesión 1687ª






Tertulia Literaria Hispanoamericana
Rafael Montesinos

Curso LX
La Directora de la Fundación de Colegios Mayores MAEC-AECID
y la Directora de la T. L. H. Rafael Montesinos

se complacen en invitarle a la
sesión  1687ª


Martes, 11 de diciembre de 2012 - 19´30 horas

Tres años de  Los Conjurados, Colección de poesía
presentado por  Juan José Martín Ramos  y Ángel Rodríguez Abad


Leerán Los Conjurados

Beatriz Hernaz    María Antonia Ortega
Rafael José Díaz  Enrique Gismero
Federico  Leal       Beatriz Russso
                   José Ignacio Serra  Antonio Rodríguez Jiménez





Tertulia Literaria Hispanoamericana Rafael Montesinos
Colegio Mayor “Nuestra Señora de Guadalupe
Avenida de Séneca, 4       28040-Madrid









Juan José Martín Ramos,  Marisa Calvo  y  Ángel Rodríguez Abad




















María Antonia  Ortega





Beatriz  Hernanz









La extranjera
con las manos entrelazadas de nubes
la que se filtra en las ciudades
deshilando su soledad ajena.

Luminosa como un sargazo
triste.

Con los párpados como volcanes,
arrojando  desolación y hermosura.

La extranjera
la que habita un nombre huérfano,
deshojando océanos y  países,
por los caminos del miedo.

Tiritando como un volcán sin sueño,
se viste en habitaciones ausentes,
cubre sus huesos de humo
como  soles negros del agua.

Y guarda su voz de arena
en las bitácoras del hambre.

        De  Los volcanes sin sueño
         BEATRIZ  HERNANZ


























Antonio  Rodríguez  Jiménez





José Ignacio  Serra



































Ángel  Rodríguez Abad




















Enrique  Gismero





Rafael José  Díaz







               LA GRUTA

Queríamos nadar hasta meternos en la gruta
ya que el mar parecía estar en calma.
Negociamos, benévolos, con los abruptos
laberintos de lava de la costa
el punto en que nos lanzaríamos.
Desde allí hasta la gruta
unas pocas brazadas
en el mar centelleante, pero oscuro,
llevarían los cuerpos casi en abandono.
Gritos como los que daríamos
habría repetido ya la gruta otras veces,
gritos como los de quienes
ya no estarían allí porque un día estuvieron o porque
no estuvieron nunca y fueron engañados.
El mar era la herida
y el agua oscura era
la sangre que brotaba sin descanso.
Jadeantes nadaríamos hasta donde los otros niños
para gritarle al techo de la gruta
un revuelo de sílabas,
nuestra forma de dar
las gracias desde el fondo
como peces aún vivos.

                            Inédito


                                       LAS TRANSMISIONES

No sé qué tienen las rememoraciones de la infancia que están como aureoladas. Cada momento recordado o cada escena recuperada aparecen recortados en un fondo de extraña mansedumbre. Esta aureola se pierde en cuanto se la quiere decir. La escritura es, por tanto, el gran desagüe de las rememoraciones desgastadas, de los sueños empobrecidos y de los instantes despojados de cualquier realidad. No nos engañemos pensando que la palabra es capaz de crear algo cuando lo único que está a su alcance es rescatar y almacenar lo que una vez se perdió.

Lo digo e intento volver con la mente a un lugar en el que pasé muchos veranos, con un cuerpo que era entonces otro cuerpo, más vivo o menos abrumado que el de ahora. El fogonazo es reacio al muladar de las palabras. Se resiste a la petrificación y a la baba de ser dicho. Pero somos lo suficientemente presuntuosos como para pensar que, nuestro como es, debemos capturarlo, encadenarlo y exhibirlo como un trofeo de caza.

Así que: nueva intentona. Estoy asomado a la ventana de un apartamento del sur. Es por la noche, un recodo del día en el que todo sigue fluyendo pero de otro modo ya, no del todo desaparecido pero sí como transparentado. Los cuerpos se han transformado en meras voces que se susurran las unas a las otras como si se rozaran o acariciaran. Los árboles se mecen entre las luces de las terrazas desde las que llega la música de una fiesta recién comenzada. Miro hacia la ventana de enfrente. En ella se ven, como sombras fugaces que huyen de la luz, los cuerpos de quienes se deslizaban junto a nuestros cuerpos en la promiscuidad de la piscina. Pero ahora estamos separados y, aunque sigamos pendientes los unos de los otros, hay algo que ha tocado a su fin.

En la habitación, mi hermana y yo somos como niños angelicales que no forman escándalos ni discuten ni se pelean. Llevamos una vida misteriosa que ni siquiera nuestros padres conocen. Nos turnamos para asomarnos a la ventana y emitir signos con los que nos comunicamos con nuestros vecinos de enfrente. Luego, ya acostados, juntamos nuestras manos y nos transmitimos los mensajes mediante pulsaciones acordadas del pulgar y del índice. Cuando nos dormimos estamos siempre a punto de avistar el sentido del siguiente mensaje.

Pero todo es inútil. Una nueva mañana nos devuelve a la luz. Nos levantamos, desayunamos y nos lanzamos de nuevo a la interminable algarabía de los paseos y los céspedes. No habría ninguna palabra para vastedad como aquella. Por eso me refugio en la noche, porque creo que para la noche, más delgada y recogida, más interior y más serena, encontraré traducción. Cuando la mañana y el mediodía y la tarde terminan se encogen y se doblan hasta que logran meterse en la caracola de la noche. Allí los espero con mi red preparada.

Estoy asomado a la ventana y no hay lenguaje todavía, es decir, que el lenguaje conforma una unidad con la vida. Lo que digo es parte del momento en que lo digo. No hay aún contorsiones ni evasivas, no hay desencantos ni recuerdos. Estoy asomado a la ventana, una noche cualquiera del verano en el apartamento, y transmito el mensaje que hemos acordado lanzar a nuestros contrincantes. Me escondo tras la cortina y hay un instante en el que ya no recuerdo cuál era la siguiente señal. Así que interrumpo la transmisión e inmediatamente me llega la respuesta de enfrente, que no sé descifrar. Entonces me siento perdido porque he olvidado las claves y ya nunca lograré reconstruir el mensaje que necesitábamos para seguir viviendo al día siguiente en medio de la transparencia, la gracia y la verdad.

                    Inédito

                           RAFAEL JOSÉ DÍAZ









Federico  Leal














                                   POÉTICA ISLEÑA

Palmeras que flamean al viento de todos los ponientes.
Al fondo el volcán, sus cultivos escarpados de lava fenicia.
Los hervideros del litoral enloquecido como ahora nuestra sangre. Enloquecido por el envite del mar sobre el basalto que se deja esculpir por su vapor.
Dominio del adarce; costra de salitre flotante que se adhiere al cabello y a la piel calcinada.
Un hombre orquesta, un músico, un poeta pese a la exigua audiencia, se esmera y afina su repertorio en el escenario improvisado de una terraza cuando los noctámbulos pueblan el cerco de los muelles.

Dejamos desfilar nuestra ocasión de arañar la felicidad por no reconocer las señales. Aquella silueta que nos acompañó hasta casa a la salida de un antro, nos ofreció su coche, emitió luces intermitentes frente a nuestros dispersos ojos. No la reconocimos ocupados como estábamos por tribulaciones estériles, por el atavismo del miedo que parasita nuestra savia.
Pero cuando llega la gran diáspora, la última migración ya no nos sorprende. Entonces es irreversible, todo huye de nosotros, todo salvo la oquedad de vivir sin haber amado. La bestia ha vuelto a triunfar porque en la última madriguera sublevada ya no quedan rebeldes ni insumisos, sólo conformados con su suerte. Sólo el desafío de la luz señalando nuestra irrelevancia en el universo.

Y el cansancio nos toma por sorpresa sobre la playa, nos invade la carne y, despacio pero indefectible, va apartando cada elemento del paisaje; los sonidos y objetos se desdibujan, los olores a comida se silencian en nuestras papilas. Y el ruido se torna rumor incomprensible hasta desaparecer. Y todo se aleja; los bañistas, los jugadores de pelota, la orilla misma huye hacia un horizonte blanco y perpetuo. Enfilándose hacia la región de las sombras.

Pero traerá la marea residuos de un tiempo consagrado.
Y llegará el sueño esclarecido de la ira hasta los suburbios del alma indignada por todos los desencuentros de la travesía.
Y seremos firmes veleros o geógrafos inmunes a la tempestad
que de pronto divisan tierra.

                            FEDERICO  LEAL



















PRÓXIMAS  SESIONES

26  de  febrero
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12 de marzo
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